Opinión
SALARIO MÍNIMO
Jaime Honorio González / columnista invitado
(Replicado con autorización – 2palabras.co)
¿Sabe cuánto es el salario mínimo exactamente?
No vaya a google. Cierre los ojos y acuérdese de la cifra. Independientemente de si acierta o no, es bueno que sepa que casi 11 millones de colombianos ganan mensualmente esa plata o menos. Y con eso mantienen a sus familias.
La pelea no es contra los ricos. Es más, creería que todos le apuntamos a un día serlo. La pelea es contra esta desigualdad que cada vez se nota más, a cada momento se manifiesta, todos los días se evidencia, en las esquinas, en las aceras, en las afueras, bajo los puentes, en los semáforos, en los paraderos, en las ciudades, en los campos, en las playas. Y en muchas casas.
A todos nos falta algo, todos siempre queremos un poquito más, pero en demasiados hogares en Colombia hay hambre, no hay 3 comidas, a veces ni una. Y eso que el hambre, a veces, suele ser el menor de los problemas. Pero, bueno, no nos desviemos.
Hagamos cuentas: un salario mínimo son $877.803 más 102.854 de subsidio de transporte, son 980.657 pesos para el mes. En la negociación, los representantes de los trabajadores arrancarán pidiendo un millón de sueldo y 120 mil de subsidio de transporte, un aumento integral cercano al 14 por ciento. No hay la menor posibilidad de que eso pase.
Algunos analistas económicos hablan de prudencia, de responsabilidad, y entonces proponen un aumento del 2 o el 3 por ciento, máximo. O sea, como 30 mil pesos mensuales, como mil pesos diarios. Un aumento de mil pesos diarios. País miserable.
A esa mesa de concertación va el ministro de Trabajo, el representante de los empresarios y los jefes de los sindicatos, todos tan llenos de buenas intenciones, impregnados del espíritu navideño que los lleva a soñar con un mejor porvenir, con un próspero 2021, hasta que los va cogiendo el fin de año y la realidad los aterriza de un solo golpe: o aceptan lo que el Gobierno dice o se fija por decreto. Y listo.
En el más evidente Gobierno de los empresarios, la contraparte en esa mesa serán los sindicatos, tan necesarios para esta democracia pero tan ausentes de la vida nacional, débiles, automarginados, presentes en los paros y desintonizados de la realidad, no la de ellos sino la de todos, tan obsoletos que solo aparecen el 1º de mayo en la misma marcha de siempre, blandiendo las mismas pancartas de siempre, pintando las mismas consignas de siempre; ah, y en diciembre a negociar un salario que ni ellos se ganan. Porque los jefes de los sindicatos ganan mucho más del mínimo.
Así que mejor no nos fijemos grandes expectativas. Los pobres estarán más pobres y Colombia seguirá andando rapidito la autopista de la desigualdad, cada vez mayor. Miren esta cifra, que no es poca cosa ni es cosa de hoy: hace 5 años, el 10 por ciento de la población colombiana se quedaba con el 45 por ciento de los ingresos de todo el país. El asunto ha venido mejorando, para ese 10 por ciento, debo aclararlo, porque a finales del año pasado ya se quedaba con casi el 50 por ciento. Es decir, la mitad de los ingresos de todo un país (World Inequality Database). Hay peores en este subcontinente, pero que ese no sea el consuelo o vamos a terminar al nivel de Haití.
O de Venezuela, de donde siguen llegando paisanos. Este país bien pobre y recibiendo más pobres que nosotros, el tuerto guiando al ciego, o un ciego llevando a otro, quién sabe.
En medio de estas pobrezas, Colombia ha permitido la entrada de millones de pobres, casi desposeídos que huyen de Maduro (que ya está podrido) buscando algo de comer, aunque sea una oportunidad, un lugar medio seguro, uno donde aspirar o -al menos- donde guardar una esperanza.
Alguien comentaba sobre la cantidad de robos y asaltos protagonizada por venezolanos y la respuesta de algún desprevenido fue: se vinieron porque allá ni siquiera había a quién robar. Nada que agregar.
Llegaron al país donde los bancos ganaron en pandemia 4,6 billones de pesos. Me parece bien que los bancos ganen pero siempre es que estamos un poco desiguales. Miren Ustedes, en esta época -donde todos pidieron solidaridad y muchos fueron solidarios- la banca nacional apoyó la situación con plazos, no más. Solo plazos, a nadie le condonaron un peso de intereses o de capital de alguna deuda o de un sobregiro o de una cuota, no señor. Ni un solo peso. ¿Plazo? Sí, claro, por pandemia no lo vamos a llamar a cobrarle pero ahí le vamos acumulando.
Sí, yo sé que nadie tiene por qué regalar su plata si no quiere pero pues como estábamos hablando de solidaridad y esas cosas, pues de pronto, ¿no?
No señor, 4,6 billones de pesos de ganancias. No está mal para este país de pobres.
Somos pobres del bolsillo, pero también -muchas veces- de mente. Lavamos nuestras culpas con unas cuantas monedas en cada semáforo y hemos caído en esa nueva solidaridad del click, esa ayudadera sólo a lo que va por tuiter o por facebook, esa solidaridad virtual que nos envuelve cada vez que buscamos un mejor país en las redes y terminamos encontrando una cloaca o un muro de la infamia.
No es que seamos los más fríos o los más indiferentes o los más insolidarios. No. Todos tratamos de ser mejores personas. Pero es que tampoco nos ayudamos.
Hace unos días, unos genios financieros propusieron rebajar el salario mínimo. Es para reactivar la economía. Es para reducir el desempleo. Claro, todos deben ganar varios salarios mínimos al mes. Así es fácil. Es que ni pena les da.
Igual, nada cambiará. Los pobres seguirán siéndolo cada vez más en este país de estratos, ahora preocupado por el técnico de la selección. Solo falta que pongan al bolillo.